sábado, 8 de septiembre de 2012

CRISTIAN IDIARTE

Hace poco, y gracias a mi maestra de 7º grado, Cristina (con quien sigo compartiendo lúdicas aventuras), conocí a Cristian Idiarte, y me encantaron sus obras. Buscando información, encontré esta nota publicada en el diario Tiempo Argentino el 24 de abril, que con mucha alegría comparto con ustedes:

El hombre que, como Yepeto, hace juguetes con vida propia

Circos, carromatos, calesitas y equilibristas de madera. Todos tienen movimiento. Pequeñas obras de arte hechas por un artista plástico que hace que la fantasía se eche a volar con sólo hacer girar una manivela. 



Soy un hacedor de juguetes”, responde Cristian Idiarte a través de su par de ojos marrón lánguido. “Podría decir que soy pintor, que soy escultor, que soy retocador de imágenes… ¡Albañil! Porque las reformas de mi casa las hice yo… Pero si me pedís que elija lo que me identifica, es hacer juguetes.” Como a Yepeto o a George Méliès, su oficio lo encuentra en soledad imaginando durante horas, a veces, días o meses, la contingencia de un cuerpo, una articulación o un engranaje. “No hago bocetos. Hasta que no tengo todo resuelto en mi cabeza, no empiezo a construir.”

Cristian tiene 40 años. Vive con su mujer y dos hijas en una casona del barrio de Boedo. Al fondo, pasando el patio, la jaula de las cotorras y la enredadera, está el taller. Una especie de laboratorio fantástico habitado por payasos, bailarinas, músicos de feria, carromatos de circo y calesitas. Hay también carboneros y una comunidad de hormigas en un obrador en construcción. Apenas con el impulso de una manijita, esa vecindad en pausa, cobra ritmo y sonido. 
Nieto de un inmigrante vasco, Cristian cifra en el universo de ese hombre, el primer contacto con la invención: “Mi abuelo tenía en su casa dos galpones y nueve hijos. Lo que los hijos tiraban, rompían o encontraban por ahí iba a parar a alguno de los dos galpones. Estaba todo catalogado y acomodado. Había tornillos, tuercas, botellas, pedazos de bicicletas, partes de colectivos porque un tío era colectivero, volantes, llaves… No se tiraba nada porque para algo iba a servir. Cuando no se conseguía una pieza se reparaba y se la volvía a poner en uso. Mi abuelo vivía en el campo y era tambero. Después se mudó a San Martín. Ahí ya armaba instalaciones en el patio o trampas en el techo con hilos que movían latas y las latas accionaban otra cosa y así. Nunca dejé de hacer eso porque vivíamos en la casa de al lado y los patios se comunicaban. Pasaba a la casa del abuelo, hacía desastres y, después, él acomodaba todo. Cuando ya estaba en la escuela secundaria, empecé a hacer objetos para mí. En los tres años de escuela industrial estudié hojalatería, electricidad, tornería y carpintería. Eso me ayudó un montón porque aprendí a hacer todos los trabajos de taller.  
–¿Cuál es el evento que te arrima al dibujo y al grabado?
–Empecé a trabajar en el estudio de diseño de Juan Lo Bianco. Me dediqué al retoque digital y al diseño web. Me puse a estudiar eso y me involucré tanto que terminé trabajando para artistas plásticos. Básicamente, trabajaba con sus obras para que, al volcarlas al papel, cada color fuera el que se había buscado. Así conocí a Adolfo Nigro. Un día Adolfo me cuenta que tenía un juego de ajedrez suelto. Entonces le fabriqué una caja, dividida en tres partes para que acomode el tablero y las piezas… Resulta que yo tenía en el escritorio unas pinturas que había hecho en pastel. Cuando Nigro miró mis dibujos me pidió permiso para corregirlos. Después yo hice esas correcciones y, la próxima vez que vino, me dijo: “Listo, ya está. Vos tenés que empezar a hacer tus propias cosas.” Lo primero que imaginé fue la ruedita medioautómata y de ahí pasé…
–A los organismos más complejos…
–Claro... También estudié pintura con Horacio Fantino y, actualmente, estoy estudiando con José Pepe Franco que es cubano y viene de la escuela de (Wilfredo) Lam… La verdad es que a mí pintar me aburre. Por eso empecé a pasarme al grabado para darle un cierto movimiento a lo estático. Ahora quiero hacer una mezcla de las dos cosas y trasladar el mismo dibujo a la escultura móvil porque me parece que ahí es donde empieza lo fantástico. Si no, no puedo hacerlo. Sí me gustan las obras quietas de otras personas… ¡La pintura de Nigro me encanta! No sé si la palabra es que me aburre, en realidad… Lo que me parece es que la obra quieta está incompleta… 
Cristian Idiarte señala un lienzo y un grabado en la pared. La obra se llama Espíritus del cañaveral. Parecen iguales. Sin embargo, en el pasaje de una a la otra, no sólo variaron el soporte y los materiales: del lienzo a la madera, de la pintura al tallado. Algo en esas cañas concebidas en dos dimensiones, cobró vida y tiende a ocupar otro lugar en el espacio. El autor anuncia una próxima metamorfosis: “En ese cuadro pasado a escultura móvil se van a ver tablas salidas en relieve que van a tener todas esas puntas, ojos, manitos que se van a mover. Va a ser un cuadro con vida. Va a tener movimiento por sí sólo, con un motor…”
–¿Eso sería algo así como un autómata no figurativo?
–Claro. Nunca salgo del autómata. Ahora voy a automatizar museos. ¡Me encanta el movimiento! En estos momentos estoy desarrollando el diseño y la construcción de una serie de paneles interactivos, lúdicos, educativos e informativos en Centros de Interpretación y museos, para dos instituciones de Tigre y San Antonio de Areco. Es una manera, para mí novedosa, de aplicar los principios de la mecánica y del cine accionado por el usuario. Creo que visitar estos espacios puede ser divertido.
–Lo que describís se parece al kinetoscopio, uno de los inventos que precedió al cinematógrafo.
–Sí. Creo que también de ahí viene. Cuando empecé a pintar me volqué al arte popular. Siempre estoy andando por esos bordes. Creo que los autómatas son atracciones populares… Cuando empecé con los circos tuve que volver atrás en el tiempo. Recordé la calesita del barrio, también los circos que se instalaban en los terrenos baldíos más grandes. Y recordé el proyector de lata con láminas que corrían. En especial, una película sobre el circo de la que tengo grabadas frases enteras. Era hermoso apagar la luz y proyectar sobre la pared. También me gusta arreglar motores y llevar ese funcionamiento a los juguetes. Entre estos recuerdos, los motores y el movimiento salieron los primeros autómatas relacionados con el circo y las calesitas. Ahora estoy incursionando en el mundo del trabajo. Es una mezcla de motor, marioneta y estructura. <
“La vida es un gran autómata”
En La invención de Hugo Cabret, Martín Scorsese cuenta las aventuras de un niño empeñado en devolver el movimiento a un viejo autómata que heredó de su padre. El filme (basado en la novela ilustrada de Brian Selznick), insinúa una reflexión sobre el arte del tiempo y el movimiento, mientras que reconstruye la biografía de George Méliès, pionero en producir efectos visuales y películas en color. “Me fascinó el ambiente de Hugo, los enormes relojes... Los juguetes, los autómatas, los relojes funcionan si vos o yo los accionamos. Yo funciono porque algo me acciona… Creo que la vida es un gran autómata…”, dice el hombre capaz de hacer que viva un pedacito de madera.


Pueden conocer algo de su trabajo, y su poética descripción en este video:


Les dejo su sitio para seguir conociendo este artista juguetero, y comunicarse con él si quieren conocer su taller y sus objetos: http://cristianidiarte.com.ar 

Para seguirlo en Facebook, click en:
https://www.facebook.com/cristian.idiarte.1?fref=ts


1 comentario:

  1. Al ir leyendo este maravilloso escrito, mi mente se ubicó en mi infancia, me vi mirando a través de la ventana como pasaban los carromatos del circo, con sus animales y su alto parlante anunciando los números para ir conquistando los corazones, para invitarnos a ir. Al mismo tiempo se entremezcló el sonido de una calesita llena de niños ansiosos por convertirse en dueños de la sortija aunque sea por una vez. Vi mi manito agarrándola. Pero vaya sorpresa! El señor que sostenía la sortija era Cristian Idiarte! La sortija era la llave para conocer y admirar sus deslumbrantes trabajos artísticos llenos de amor, de vida, de esfuerzos, de tiempo y de probar una y otra vez.
    Gracias Patricia por compartir un artículo tan especial!!
    Hoy leí una frase de Sergio Bambarén que considero adecuada para el escrito que subiste.
    Dice así:
    "Cuando sigas los dictados de tu corazón, se abrirán puertas donde jamás pensaste que existieran, lugares donde no habrá puertas para nadie más".

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